Hoy estamos siendo testigos, más que nunca, de experiencias disruptivas. Nos enfrentamos a una pandemia mundial que no sólo cambió nuestras rutinas y nos obligó de forma acelerada a aprender nuevas habilidades digitales a las generaciones que aún nos resistíamos un poco.

Pero ese fue el menor de los problemas para muchos. Hablemos de las empresas que tuvieron que reinventarse por completo, redefinirse y que el cambio los sorprendió con los dedos en la puerta. Si bien es cierto que existen organizaciones que diseñan su futuro, lamentablemente son las menos. Existen otras tantas que, gracias a su agilidad, se adaptan rápidamente al cambio. Y finalmente, la mayoría son aquellas arrastradas a cambiar, y por lo general, salen muy quebradas o desintegradas por su falta de flexibilidad.
El punto es que hablar de organizaciones, es hablar de personas, pues son éstas las que les dan vida, sentido, identidad y movimiento. Y esto conlleva retos que se cree que con capacitación y una buena estrategia de implantación serán resueltos.

Para poder entender esto de forma más clara, me gustaría comenzar echándonos un clavado a nuestra humanidad.

Como no es mi intención ahondar en temas filosóficos de lo que nos hace humanos, únicamente haré referencia a los aspectos más relevantes para este artículo. Nosotros somo animales determinados por nuestra biología, que contamos con consciencia y razonamiento, nos constituimos en el lenguaje y nos expresamos a través de nuestra cultura formando grupos y creando códigos éticos para sobrevivir sin perder la voluntad propia, ser emocional e imperfecto por naturaleza.
Sin embargo, cuando las organizaciones contratan personal quieren que éstas eliminen esa parte humana, van en contra de la biología misma al pedirle a las personas que sepan trabajar bien bajo presión y sin errores; es muy mal visto (a menos que seas el jefe) hacer una expresión emocional (de enojo, por ejemplo). Se quiere evitar que la gente razone o que elija cómo comportarse, porque “aquí hacemos las cosas de esta manera”.

Es así, que comienzan a provocar el cambio, a partir de que los resultados que obtienen no son los esperados, y como hemos escuchado, es una locura hacer lo mismo y esperar resultados diferentes. Exigimos que la gente cambie sus comportamientos a través de la milenaria técnica del chanclazo: Si no lo haces, te penalizo tus comisiones. Si no lo haces te grito. Si no lo haces, te despido.

Pero lamentablemente no abordan lo que subyace a estos comportamientos que no son más que el reflejo de nuestras actitudes (lo que me predispone a actuar). Estas actitudes se detonan a partir de que califico todo desde mis creencias y mis valores, que son parte de mi identidad. Esto significa que todo cambio externo me obliga, en cierta manera, a cambiar parte de mi identidad. ¿Y quién cambiaría esto sin antes resistirse?

Es por esto por lo que el cambio, a diferencia de la transformación, es tortuoso, superficial y temporal. Es decir, mientras exista alguien que me “obligue” a actuar de diferente manera, lo haré apoyándome en mi fuerza de voluntad, pero una vez que desaparezca de la ecuación ese factor, volveré a mis hábitos conocidos.

Cuando buscamos la transformación, hablamos de un proceso, no de magia ni de “capacitación”. Hablamos de cambios de comportamientos que se originan en lo más profundo de las personas. Desde el deseo que capitaliza el poder de la voluntad misma. Y esto se origina en la identidad de cada uno de nosotros y desde lo que es importante para nosotros.

 

El componente emocional en las estrategias

 

Entonces surge la pregunta ¿Cómo hacerlo? ¿Cómo poder diseñar algo que se ajuste a tantas personas? Bien, pues la respuesta puede ser simple pero poderosa, incluye en tu estrategia la gestión emocional.

Acciones clave:

  • Para poder generar transformación, toda estrategia necesita contemplar el lado emocional de las personas, dar un tratamiento parecido al duelo.
  • Recuerda que cuando hablamos de valores, hablamos de identidad. Realiza un abordaje que ayude a entender por qué es necesario cambiar y las consecuencias de no hacerlo, comprende que no se trata de cambiar sus valores, sino de integrar nuevos.
  • La resistencia es natural y esperada, pero gestionable si sabemos cómo hacerlo. Enséñales a las personas como cambiar, sin perder de vista que todo cambio es un proceso. Deja de esperar que sea de un día para otro.
  • Si las personas manifiestan resistencia manifestada a través del enojo, tristeza, miedo, frustración, felicidades, estás avanzando. Sólo asegúrate de que avancen al caos (dales la oportunidad de equivocarse y seguir practicando) para que acepten el cambio y den lugar al aprendizaje. Cada persona tiene su ritmo, prepara estrategias para aquellas de ritmo ágil, reservado y lento.

Si tu logras sensibilizar a los líderes para aceptar el lado humano de las personas, es importante romper el hábito de tratarlas como robots que deben de comportarse como uno lo ordena sólo por el hecho de pedirlo. Al incluir estas acciones clave en tus estrategias, descubrirás lo simple que es generar la transformación.

 

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